lunes, 4 de mayo de 2009




Media Luna para recordar...

Camino por la calle, y llego a una esquina olvidada. Llena de pastos muy altos. Yuyos. Escombros. Los 3 caballos que estaban pastando se detienen y me miran.
Y el cielo me envía una señal, así q voy.

Un ícaro se repite en mi cabeza, trayendo toda la vibración de lo que está vivo. Navegando en ríos de mi sangre, acaudalosos afluentes que convergen en mi corazón, que late, y late, y late por encima del tambor.
La voz va y viene, sube y baja. Está y ya no está.
Mi cuerpo se mueve acompañando el ritmo del universo. Descubrir el tiempo justo en el que coinciden lo q necesitamos y lo que nos está pasando. Es el mismo momento que vibra con el tambor, y con los fuertes golpes que retumban en mi cabeza y en la inmensidad de la tierra.

Las tinieblas tienen recuerdos, hay ancianas, hay niñas dobladas de sed, mujeres de pelos largos, despeinadas, cubiertas de cenizas, muy altas, dobladas de dolor. Apoyándose en árboles muy viejos y sin hojas, para no caerse. El espíritu del bosque es una mujer, y vive con miles de mujeres enfermas.
Las intenta curar de sus cabezas, aliméntandoles el alma.
Están todas muy flacas.
Las tinieblas son demasiado densas para mí.
Y me refugio en el fuego, me protejo con cada color que va inventando.
Rojo.
Amarillo.
Negro.
Blanco.
Azul.
Verde.
Violeta.
Sus llamas de tan rojas se hacen transparentes, el calor tiene un color. Nada resiste. Nada se conserva. Todo trasmuta en las lenguas del fuego para cambiar de color, para cambiar de forma.
En el proceso cambian los olores, se estimulan ciertos ruidos que vienen a cantar, y todo sale del centro de eso que está quemándose. El fuego llega al centro y vira el color.

Condescendiente.

Recibo.

Y me encuentro con mis emociones, en un cuenco lleno de agua.
Mis ojos se reflejan en el agua clara.
Mi agua clara se refleja en mis ojos.
Bebo inundando la lengua. Moviendo cada gota, cada sorbo por entre los espacios más escondidos en mi boca.
Bebo, beso, disfruto.
Me acaricio.
El agua me limpia, me moja, me estimula.
Son todas mis aguas las que se mueven.
Y se mezclan.
Y el agua comienza a vibrar. Los dedos se mueven. Los pies tiemblan.

Fuera de mi, se me escapa el agua fuera de mi.
Estalla algo en el pecho, y el agua se me sale por los ojos.
Tengo que emitir sonidos con la garganta para que salga, porque se quedó una parte estancada.
Sonidos bien fuertes para captar la frecuencia de esa vibración que hace q el agua se me salga.

De a poco, del pecho se calman las vibraciones y me recuesto.

El pájaro de agua vuela de las brasas y se dibujan en los carbones ardientes 7 flechas que se combustionan en el corazón final.

Cada brasa es un espejito de color, que nos refleja a cada uno de nosotros. Cada uno se identifica con esa brasa; su pedacito de fuego, la parte de ese calor que quema, que atraviesa y que convierte.
Nos duele el pecho porque es el mismo pecho.
Pero después de tantos golpes y tantas realidades, descansamos en paz, tranquilos, así como si fuera en los brazos de una abuela que nos cuida.
Suspiro profundo. Me acomodo en mi lugar, en el mejor lugar en el que podría estar. Sonrío, juiciosa, colorida, tenía su ritmo, tenía flores hermosas en su pelo.
Me encuentro, mujer, jóven, sentada en ese mi asiento.
Y canto.
Me río.
Se me va el nudo de la garganta y se me destapa algo en el chakra sexual. Como si se deshinchara la pelvis y el sol que por fin entró por esa ventana me calma las sensaciones.


3 caballos que me miraron fijo.

Y entonces decidí ir.
Mis abuelos me invitaron en un sueño.
Mis abuelos me soñaron en un sueño.












Ahó Metakiase





2 comentarios:

Claudel dijo...

xeñora




.
.
.
.


uuuf

Claudel dijo...

me alegra que le guiste el gusto que desprenden mis por ahora deserotizadas palabras
hasta mas ver
de otras de otros colores

cariños mivida!